sábado, junio 17, 2017

v o l v e r 

a       v o l v e r

A priori, estas dos palabras parecen recoger la simpleza de un juego en el que la repetición de la acción de regresar a un lugar forma un círculo cerrado. 
De la misma forma en la que un viaje tiene un origen, y un final, compartiendo, con frecuencia, ambos puntos una misma localización. Sin embargo el periodo de tiempo que transcurre desde el inicio hasta su conclusión puede modificar el contenido, la forma y las formas del viajero.
En mi caso podríamos decir que la necesidad de huir ha sido equiparable a la necesidad de volver. Digamos entonces que me gusta llevar los problemas entre mis bultos, a ratos consigo facturarlos y desprenderme de ellos hasta que no me queda otra opción que abrir las maletas para organizar su contenido. Otras veces, estos malditos, viajan en primera clase, absorbiendo toda mi atención y cariño. Se mecen en mi mente al son de las nubes, presumiendo de altura de miras y retándome.

Ojalá no hubiera querido volver. Me lo repito una y otra vez, fustigando en vano una consciencia dolorida, cansada y confundida. A día de hoy, me da mucho más miedo la persona que era, que en la que me he convertido. Pues, lo cierto es que, me atrevería a decir que estoy incluso un poco orgullosa de mí misma a estas alturas de la película. Ha llovido, ha nevado, ha vuelto a salir el sol y ahora el calor no me permite respirar el aire fresco que Madrid me había prometido hace algunos meses. El aire sigue tan mustio como de costumbre, se ha ido espesando con los polvos que dejó tras de sí la primavera. 

Extraño mi cúpula, mis muros, mi propio perfil de mí misma, mi inmaculado rechazo hacia el exterior. Extraño mi soledad, mi frustración, mi confort. Extraño no sentir, no dudar, no sufrir, no soñar. Me extraño, y me extraña.

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