lunes, junio 26, 2017

Joaquín, te quiero

A ratos me canso de esta marchita ironía, de darle sonido al sin sentido de machacar mis miedos, de pintar barreras invisibles, de querer no ser y de ser para no querer.
Me engaño con tanta facilidad que imagino que existe una verdad, pobre niña, ilusa, pobre la que espabiló antes de tiempo, pues la fé en la humanidad no existió ni entre Barbies. Y es que tantos años escuchándote Joaquín, tantos sueños aclarados que no podría escribirte, solo apretarte contra mi boca. Dicen, los ingenuos a los que el marketing seduce, que la música tiene un poder curativo. ¿No son las ganas de curarse las que consiguen sacar eso de la música?. Y lo mismo me pasa a mi, que cuando me quiero curar abro más la herida, le pongo algo de whisky y te escucho pacientemente, asomada al abismo de mi imaginación, protegiendo el tesoro de la fe. Y es que no puedo mentirte, al menos, a ti no. Tengo fe, creo que me llegará el momento de descanso igual que a todo cerdo le llega su San Fermín.

A veces, a ratos, a ciegas pero, sobre todo, a solas, te imagino como una suerte de padre ficticio, como un ente protector que me prohibe romperme del todo. Al fin y al cabo, antes que ser mi referente, fuiste el de mi padre. Y en su herencia en vida, me regaló horas de silencio con el Blues de tu Escalera de fondo. De alguna forma, era su modo de decirme que la vida va perdiendo el potencial de adquirir sentido con los años.

Así acabé enamorándome de tu voz desgastada, de tus alusiones constantes al vino, de tu descarrilado recorrido, de tus besos robados, tus medias negras, tu ni contigo ni sin ti, tu ruido...
Y, a la par, me enamoraba cada vez más de mi, de mis púas superficiales, mi espíritu erizado, mis besos gratuitos, mis noches sin sueño,  sin dueños. Esto, claro, tu no lo sabes, y muy probablemente, no lo sabrás nunca, pero las quinientas noches que has dormido conmigo tomarán más de mil y una para dejar de quebrarme el pecho. Te debo las mejores atracciones de mi parque temático emocional y, en tu honor, no dejo que la noria pare de girar, con su vertiginosa velocidad, su gravedad fluctuante y sus cabinas vacías.

Yo no quiero vivir cien años, yo querría haber perecido bajo el muro de Berlín, llevándome la utopía a la tumba con mi botella de vino. Yo nací en el Boulevar de los sueños rotos, en la 69 punto G. Me crié soñando que hablaría de Madrid, y aquí estoy ahora, acompañada de una cerveza imaginando que  hoy puedo acabar en tu cama. No miento Joaquín si te digo que daría el resto de mis años si me hicieras un poco más de daño.

"Y con champú de arena para tu melena de muñeca rota"

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