sábado, julio 15, 2017

muerta la amistad sabe igual que el fracaso, y a los dos nos gusta el verbo fracasar

Cuan absurdo era conservar una imagen pasada con tal nitidez. Ahora me parece un dibujo maldito lleno de sombras cuya profecía consideraba ilusoria. A día de hoy me castiga la inocencia de haber confiado en vano en palabras vacías, pero adornadas con delicadeza. Sería idílico cambiar sin cambiar de zona de confort. Y así sufro la consecuencia de mis valores en otras pieles, a sabiendas de que los cambios fortalecen, enorgullecen cuando la cabeza vuelve a tener marcadores de certeza, construyen nuevas barreras que protegen contra miedos renacidos. 

Me gusta haberme encontrado con este nuevo reto, permitirme el lujo de dejar caer un pilar y ver como la estructura de nuestro palacio de arena se va derrumbando. Nunca había sentido  este tipo de lejanía, se siente como abrocharse el cinturón mientras el avión despega, siendo consciente de que cuando el avión se cae, el cinturón será de escasa protección. Y aún siendo así, no reconozco si el dolor es ficticio, o tan leve que me cuesta dilucidar su naturaleza.

Me abruman la mente cuestiones secundarias, una retahíla de avisos y flotadores, y los créditos de una etapa que llevaba tu nombre. 

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