El dolor llega cuando las expectativas no se cumplen, cuando no convergen intereses; el enfado y la pena son funcionales a las esperanzas que proyectamos de nosotros mismos sobre los demás. No es fácil romperse contra una pared que ha sido construida con sumo cuidado durante noches de pasión. La realidad es incomprensible, abstracta y volátil. No merece la pena dañarse apegándose a una realidad ficticia, o momentánea. Discuto frenéticamente con mi mente para acabar dandole la razón al corazón, y es que mi humor visceral siempre ha estado cargado de una ironía sangrienta.
En cierto modo, me alegra esta situación de melancolía autoinfligida, necesito esta fuerza rupturista para recomponerme, para reconstruirme. Este golpe de aire caliente bien podría haber sido un escupitajo contra el viento. Me cuesta distinguir determinados sentimientos pues la razón se impone como buscador de funciones, de necesidades cubiertas, de anhelos.. Si lo pienso de este modo, no existen sentimientos o; por lo menos, yo no soy capaz de desarrollarlos. Mi egoísmo me daña, engañándome y engañando a los demás. Mi fuerza se ha mitigado y ,dispersa, trata de localizar un objetivo.
Si, he pecado. He pecado de la inocencia de una prostituta, de las esperanzas de un amante, de la ilusión de un niño y de la ingenuidad de una amistad. He acelerado mientras me frenaban sin querer ver una realidad dolorosa, prefiriendo maquillarla con el sudor robado y los gemidos fingidos. He sido profundamente ególatra, obligando a la reciprocidad de las caricias fuera de lugar, de besos no deseados y de noches alquiladas. Lo siento. Siento haberme esforzado por un imposible que solo para mi parecía tener cierta garantía de éxito. Siento no haber sorprendido, iluminado, explotado frente a todo pronostico. Siento no saber que he hecho. Pero si algo siento latirme en el pecho día tras día, es el arrepentimiento por querer algo que no quiero. La agonía constante de la cleptomanía, o las nauseas mañaneras de un alcohólico que no le impiden servirse una copa. Dentro de esta resaca que dura ya más de un año solo puedo admitir haber querido, haber sentido con naturalidad, haber abrazado con el corazón en la mano para después soñar que este no había sido rechazado. Y es que dentro de esta conjetura, nunca había decidido admitir ciertas debilidades, la principal, has sido tú.
Quizá es fruto de un futuro incierto esta vulgar declaración, aunque no puedo negar que pertenece a una lección más del crecimiento de uno; enfrentarse a sus miedos.
He querido disimular, mentir, cambiar mi actitud, ser inflexible y cubrirme con un barniz que me permitiera estar cerca de ti sin estarlo verdaderamente. Aprendí por momentos a guardar bajo llave mi realidad para adaptarme a una mucho más veraz. Cerré con candado pensando que así acababa con una etapa, pero esta idea chocaba directamente con un principio mucho mayor. Me pregunto a menudo cuando dejó de ser la amistad lo más importante en mi mente. La respuesta es siempre la misma, nunca se ha dado dicho cambio. He confundido la continuidad con la prolongación y, aún siendo consciente de esta confusión, más he ardido en el deseo de hacerte mío durante horas. La lascivia ha complicado en muchos casos este proceso de normalización, de adaptación a un pasado que ya no existe. Pero, ¡qué humanos hemos podido ser!. Con qué afán de perversión nos hemos desdibujado cariñosamente, creando una droga nueva que no tendría efectos a largo plazo, ni consecuencia dañinas; una droga libre y sin limites ni nombres. Pero, al final de la partida, cada uno tiene un nivel de tolerancia a la droga, un nivel de dependencia y un proceso de desintoxicación diferente. Y en ese punto, no puedo mentir de nuevo y alegar en mi favor, se que se me pasará el mono, pero aún no lo ha hecho.
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