lunes, julio 11, 2016

up to you

Crecer es, inevitablemente, caerse y levantarse; hacerle el contra peso a la gravedad y dejar caer las lágrimas mientras mantenemos la cabeza alzada. 

La verdad es que no suelo tener mayores dificultades para romper con mi zona de confort y crear a mi alrededor un hábitat nuevo. Con el tiempo rompo toda costura para ser capaz de volar libre de mis miedos y pasiones. En esta ocasión no tendría que encontrar diferencia alguna, sin embargo; ahí está la mayor de todas mis mentiras. La piel, como bien dice mi madre, tiene memoria, y mis cicatrices; si existen , es precisamente por su invisibilidad. De todos los besos que he dado, los mejores solo fueron imaginados, arropados en argumentos pasionales y discusiones filosóficas que se extendían hasta altas horas de la mañana. Ese cariño carente de sexualidad, alterado de paternalismo y con un alto componente existencialista; si pudiera re-definir el amor platónico supongo que sería algo así. La cercanía del alma frente a la suciedad de la carne. La divinidad exenta de pecado cristiano pero merecedora de la hoguera, un paradigma compuesto por valores en peligro de extinción. 

Si existiera un vicio con el que comparar tu adicción a la soledad y la música, de seguro sería con una sustancia explosiva pero con un olor dulce, algo similar al gusto que siento al pasar por una gasolinera, cuando respiro y mis pulmones se llenan con un aire denso y cargado. Cuando suelto el aire, durante unos instantes, el cerebro se embota; apagando momentáneamente las alarmas y dejando caer todas las barreras. Supongo que cuando dejas que el jazz invada tu mente haces algo parecido.

La empatía -ese concepto que tanto hemos doblado y desdoblado- no es, precisamente, la bandera de esta argumentación; lejos de serlo, la reciprocidad se instaura como pilar de la misma lucha para puños diferentes. Más aún, existe una fundamentación que inspira estas escuetas líneas más allá de la vehemencia del cariño y la inconformidad de la distancia o la imprudencia del atrevimiento. Digamos pues que esto supone una cruz de una larga lista de tareas auto impuestas, cabos sueltos que no me permitirían empezar ese ansiado nuevo año. El mensaje, al final, es corto y simple; un agradecimiento pomposo y rimbombante, cargado de colores y sonidos. Un intento de celebración gitana verbalizada en forma de dedicatoria de una niña que ha aprendido a cumplir los 15 una y otra vez. 

La claridad mental que me permite adoptar la tranquilidad del "hogar, dulce hogar" ha devenido, tristemente, en un torrente emocional inutilmente canalizado hacia la felicidad de un nuevo viaje.  Me senté , dispuesta a asumir, aprender y entender este último año y; de entre todo el fango, como un diamante entre los lodos, conseguí encauzar un hilo estable, vaticinado por tu presencia constante pero independiente de la misma. Cuan absurda debo resultar cavilando, incesante, nimios detalles sabiendo además que son, por ti, de sobra conocidos. Aún así, me niego a detener el aluvión de palabras que, por fin, invade mi mente sin dar opción a recalcitrar. 

Como bien se, te persigue el astio y la pesadez de la banalidad humana; la superficialidad social y la incongruencia e hipocresía generalizadas. Te escuece tanto como el agua bendita la ignorancia resabida, la legitimidad heredada y los orgullos malheridos. Conforme avanza la vorágine temporal que trata de imponer la proyección futura como antídoto último, te vas alejando más; al tiempo que te acercas al centro de ti mismo. No es la paciencia la que disminuye, sino el margen de actuación que le queda a una libertad continuamente censurada en otras mentes. Esa malograda e izquierdosa fe en la humanidad se resquebraja por momentos frente a una realidad cruda, monótona, sistémica y funcional. Una gigantesca bola de "nada" se avecina sobre las nuevas generaciones para engendrar una cultura helena en cuanto a su extensión pero analfabeta en cuanto a contenido. 

Lejos de la pretensión de aportar algo novedoso a este discurso tan rupturista y académicamente hegemónico, busco la comprensión de un amante en la lectura pasiva de unas palabras que tratan de relacionar el ello, el tu y el yo. Me gustaría dejar, si es que cabe, una pequeña aportación literaria en esa gran biblioteca que llevas en tu mente, a razón de firmar sin nombre ni propiedad, una sensación pura, desligada de vicisitudes e inventivas juveniles, de razones y causas, de remordimientos y traiciones. Siendo así, en un pequeño alarde del conocimiento que de ti me has permitido tener, quisiera afirmar tímidamente la grandeza de las verosimilitudes descubiertas en este proceso. Y, es que, la persona que creí conocer y  a la que le escribo esto distan mucho de compartir algo más que la sonrisa y el nombre. Y, de nuevo, citaré al agradecimiento como ideólogo de esta disertación. Como sabes, comprendo la dificultad de la apertura, sus inconvenientes y, sobre todo, la necesidad de una complejidad que funcione como espejo ante la tortura de la incomprensión. Por todo esto, por mucho más y por tanto menos, un brindis por los amores incomprendidos, los vicios malditos, la complicidad y la diplomacia. 

Te quiero como se quiere a un buen profesor de filosofía y te admiro, de todas las formas posibles.

I.

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