miércoles, febrero 15, 2012

Para esa gente que entra sin llamar

Supongo que después de tanto tiempo era casi obvio que acabaría cayendo en la cuenta de su presencia. En las cálidas noches de verano me imaginaba escondida entre sus brazos, protegida de la luna que, aún siendo solo el reflejo del sol, abrasaba mi piel como si del fuego de la noche de San Juan se tratase. Durante el día pasaba inadvertida, no era más que una mota más dentro de una gigante nube de polvo. Sirvientes y dueños iban y venían a diario con la mirada fija en el suelo de madera, las sillas de la mesa apenas se movían una o quizá dos veces al año. Las cenas de navidad que tanto odiabas, tú, estática. Dejabas que todo se moviera a tu alrededor y te mantenías inflexible ante el paso de los años. El día que al fin caí en la cuenta de tu existencia fuiste mi fuente de energía, mi batería invisible durante los años que sufrí bajo la tortura de aquel techo de piedra. Un techo tan perfecto que daba miedo caminar bajo su sombra. 
Siempre defendí la teoría de que aquella casa estaba embrujada, que mientras los años corrían, apresurándose por aplastar a todo ser viviente , nada ocurría dentro de aquellas inmensas paredes. El viento no se atrevía a silbar en el corredor que iba desde mi cuarto hasta el salón. El humo del puro del patrón salía tímido en busca de una ventana que le liberara de la tensión a la que se veía presionado al abandonar la boca de Mauricio. Mauricio, nunca supe si estaba vivo, quieto, frío , imparcial ante cualquier situación y bajo cualquier circunstancia.
Fue un día 13 cuando mi vista fue a parar a tu esquina, donde frágil , casi asustada te escondiste durante años. Y desde ahí dicen que nunca me separé de ti. Supongo que fue demasiado dulce ese primer trago como para despertar tan fácilmente del sueño que nunca fui capaz de imaginar. 

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