viernes, febrero 17, 2012

Sal al café. Azúcar a la ensalada.

Humo denso, intenso y negro. Ese que casi no te deja respirar, justo la combinación necesaria de agobio y calor. Cantidades medidas de estrés que, no dejando llegar al infarto, van provocando anginas en la vida de todos los que la rodean. Ella se agobia en una relación, pero se siente sola sin alguien a su lado. Incapaz de hacer frente a sus actos a la mañana siguiente, aunque nunca deja de pensar en el próximo whisky de la noche. 
Whisky con hielo, ese sabor que resultaba tan exótico apenas unos años atrás es ahora casi repetitivo. El vicio hace la costumbre como el amor la inseguridad. Juntos , de la mano, esa mano cálida y suave. Juntos nos agarramos a todos los hilos invisibles de su vestido. Hasta dejarlo desecho, baratija de sentimientos con demasiada calidad como para ser desperdiciados con alguien como yo. No, ella no. Nunca negó sentir algo diferente, dejando a un lado especificaciones, digamos que no quería quererme. Me quiso, bajo todo el resentimiento , me quiso. Y yo no supe apreciar el esfuerzo, la compasión que tenía hacia sí misma al verse despertar arropada bajo mi brazo. Se amenazó de muerte después del primer beso. Y, avecinándose en una carrera con vistas al desastre, cerró los ojos a partir de cierta hora. Dejaba de mirarnos, para pasar a sentirnos. Trataba de ser fría y calculadora pero se derretía en suspiros. No supe sentirla, y la perdí. No quise entender que ella pudo estar a mi altura, que no fui yo el único que idealizó el sin vivir en el que nos anduvimos durante años.  No pude ser suyo, pero la hice ser mía. 
La capturé en una jaula de cenas y paseos por el bosque. De picnics y noches de velas. 
La traté como a una más. Sabiendo que tenía que tratarla como a ninguna.

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