Invariable, como las matemáticas. Tenía siempre esa certeza de que iba a hacer lo correcto en el momento preciso. Un brillo que me quemaba la piel cuando me mirabas desde la otra punta del comedor. Quise quererte, pero todos hemos tenido caprichos absurdos.
Ojos oscuros, pero nunca tan negros como los tuyos, solían captar mi atención cuando intentaba leer la prensa sentada en el séptimo vagón. Siempre a la izquierda de la puerta, delante de la papelera. Era metódica, costumbrista y me costaba salir de mi convencimiento de que las cosas solo pueden ser rosas o grises, sabes bien que el blanco y el negro me parecían colores demasiado sofisticados para mi día a día.
Sin embargo, mírame ahora, anonadada ante mis propios impulsos y en un duelo mortal conmigo misma tratando de tomar decisiones totalmente intranscendentales.
Me apoyo en cada muro que se cruza en mi camino con la esperanza de encontrar, entre piedra y piedra, un papelito, solo necesito leer tu nombre una vez más para entender que esto está ocurriendo aqui y ahora. Que por fin podré dejar de lado mis antologías y rituales en búsqueda de la persona perfecta para pasar a ser parte del grupo que se limita a observar como las fieras pelean por aprovechar cada resquicio de piel de una víctima planeada con años de antelación.
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