miércoles, octubre 30, 2019

"No one calls you honey when you are sitting on a throne"

Cuando Enid abrió los ojos habían pasado escasas tres horas desde lo sucedido. Se incorporó con la ayuda de su muleta y se recorrió el cuerpo con la mano libre para corroborar que no tenía ningún desperfecto que su sistema no hubiera detectado. Miró a ambos lados de la calle esperando encontrar una mirada de consuelo, un ser anónimo que hubiera presenciado aquel lamentable incidente, un testigo que jugara el papel de defensor frente al Comité. Allí no había nadie que quisiera ser visto. 
Se recompuso mentalmente, haciendo acopio del ánimo necesario para salir de aquel callejón y dirigirse hacia la zona Este de la ciudad. Estaba decidida a trasladar su mensaje aunque por el camino perdiera la poca fe que aún guardaba en el bolsillo de los recuerdos. 

El sol brillaba con fuerza, retando al frío a marcharse por fin, los charcos en el asfalto reflejaban las ventanas rotas de la Avenida Al Jalaa y los adoquines polvorientos de las aceras se dejaban mimar por los atareados pasos de los obreros que se dirigían a su puesto tras el descanso del almuerzo. Entre aquella marabunta, Enid parecía desaparecer sin esfuerzo, languideciendo paso a paso, como si de una viuda camino al cementerio se tratase. Su piel, arrugada por las inclemencias de la calle, le daba una apariencia hostil que unida a su  extrema delgadez provocaban una ilusión fantasmagórica en su rostro. Los pómulos hundidos dibujaban en su mirada un paisaje grisáceo, las ruinas de una enfermedad que se había curado a base de ignorarla.

Anduvo ligera, sin ser observada , deslizando sus finas piernas de forma mecánica, con la cabeza baja y el cuello agarrotado. Presionaba con fuerza el mango de aquel improvisado bastón que el jefe de su regimiento había tenido la bondad de regalarle. Avanzaba a ritmo constante, perseverando en un intento suicida de acometer la tarea que le había sido encomendada. Enid había sido una guerrera galardonada por su batallón durante la Gran Guerra, su vida había sido el campo de batalla, la humedad de las trincheras la hacía sentirse viva, como un animal que se escabulle entre la maleza acechando a su próxima presa. El tiempo no había tenido piedad al pasar por sus poros, los años habían anidado en sus huesos, entorpeciéndola, debilitando su ávida puntería, afianzando su miedo a la muerte. Enid recordaba sentirse libre escuchando el silbido de las balas. Son los susurros de los que nos abandonan, solía decirse. Posaba su fusil para recostarse y rezar por las almas perdidas en el camino hacia la salvación. En contra de lo que muchos pensaban, Enid era fuerte porque se había entregado a la Yihad sin cuestionarse la legitimidad que le confería el hecho de ser mujer. Había empezado a entrenar de forma clandestina con sus hermanos en el patio trasero de la casa que compartían en Bagdad. Sus padres habían vivido ajenos al proceso de radicalización hasta el último día. Ella y sus hermanos destacaban en la escuela, cumplían con sus obligaciones y respetaban los cinco pilares del Islam casi tanto como a su padre. Los recuerdos de la vida familiar se entremezclaban con las imágenes del Corán, persiguiéndola por haber vivido en la tierra como se le había prometido vivir tras ella.

Enid estaba absorta en sus pensamientos cuando un coche se detuvo a su lado. Se giró instintivamente. Trató, sin éxito, de vislumbrar un perfil tras los cristales tintados. Podía escuchar el motor del coche ahogado, preparado para llegar  a su máxima potencia. Se apresuro a agacharse, cuando la ventanilla se abrió y un suspiro mudo salió disparado contra su frente. El coche aceleró, y giró a la derecha, dejando a su paso a una multitud confusa que rodeaba el cuerpo de la anciana. Nadie llamó a la ambulancia, nadie quiso ser visto acompañando en su último viaje a aquella salvaje. Un silencio sepulcral inundó la calle. A los pocos minutos el minarete de la mezquita de Al Seddiqe entonó la llamada al rezo de la tarde. El silencio se mantuvo, tensando el aire y retando a la melodía a enfrentarse a la muerte. 

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