sábado, febrero 22, 2020

memorias de las putas tristes ( I )

Si hubiera querido asestar un último golpe mortal al cadáver de mis recuerdos podría haber decidido hacer esto hace ya algunos años. No alcanzo a comprender la incipiente necesidad de moldear en palabras un vago souvenir, un déjà-vue programático. El anquilosante peso de plomo que me comprime la espina dorsal parecía estar domesticado por la cultura heteropatriarcal y sus fines sin medios.  Muy a mi pesar, ya he mentido lo suficiente como para creer que existe una verdad a la que recurrir cuando nada consigue humedecerme los párpados. Convivir con este duelo sin difunto ha dejado de ser estimulante, el dolor es tan natural que cuando lo veo alejarse enloquezco. He dejado de  diferenciar en esta persecución mutua, el círculo vicioso de las mariposas que me faltan en el estómago, esas que necesito inventar cada noche para justificar todas las espinas de mis rosas marchitas. 

Adolezco de una falta de amor persona injustificada, una exigencia casi divina de torturarme sin descanso entre las paredes ataladradas de mi mente. Es paradigmático no querer dar una visión mejor a los demás de uno mismo, y en su lugar tratar de adoptar el espejo de los demás para ver mi propio reflejo. No se si dice mucho de mi o más bien muy poco. Con toda seguridad las metas que me impongo alcanzar han dejado de satisfacerme, quizá nunca lo hicieron. Quizá he jugado demasiado bien esta partida de mus y el engaño se ha introducido en mis pupilas, haciéndome parte de él. Dudo mucho que yo lo haya hecho parte de mi, al menos conscientemente no recuerdo haber cedido mi alma a un bien-mal mayor que mis intenciones desordenadas. En cualquier caso, hay una parte del lienzo que se resquebraja, mostrando a la luz el blanco desolador del vacío. Tantos colores para acabar eligiendo siempre el negro como animal de compañía. 

Son tantos los años que he olvidado que debía esconder, cual era mi pecado original, mi sed sangrienta, ese gen atrofiado que nadie debía percibir. Me esforcé tanto en el maquillaje que la piel se ha resecado, agrietando los poros de una niña egoísta que se mira constantemente al espejo mientras los años le golpean las escápulas. 


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