Soy de esas personas a las que les gusta quemarse la lengua
con el primer sorbo de café. Creo que ese mismo placer es el que busco en las
personas. Me gusta que me quemen, que me duelan las palabras, pero aún más los
silencios. Voy buscando el peligro en el iris de los que me rodean, y así me
encontré contigo. Un abismo existencialista, una puerta blindada, una mente que
se retuerce sobre si misma. Es como un cartel luminoso para mis sentidos. Diría
que la culpa es mía, pero no puedo considerar culpa algo que agradezco. Hacia
tanto tiempo que nada me desconcertaba que me cuesta gestionar los pensamientos
en mi mente, que no paran de revolotear
y recordarme trozos de conversaciones. En la lejanía, y la frialdad que ello me
aporta, me pregunto si manejas las palabras lo suficientemente bien como para
haberme engañado. O quizá no es un engaño sino una complejidad verdadera, en
cuyo caso tendría incluso más sentido estar cavilando sobre ello. O quizá me quiero dejar engañar y tú has
aceptado el juego que te propongo. De cualquier manera, la conclusión es clara,
la casualidad se inventó para justificar la causalidad de los imprevistos. Y
esto es un imprevisto en todos sus sentidos.
Si Sabina estuviera en mi cabeza, escribiría una obra
maestra. “¿Qué van a decir todos los que
a ti bruja te llaman?”
Es inevitable admitir que al calor de un abrazo no puedo
mantener mis barreras durante muchas noches, pero no sabía que con una noche
era suficiente para abrir la mirilla y querer saber que hay fuera de la
muralla. Aunque, ¿hasta qué punto es infundada la sensación?. Lo de crear
ideales y perseguirlos siempre fue un hobbie maravilloso, me proporciona una
adrenalina equiparable a saltar en parapente. Me ponen los retos, los misterios
y las encrucijadas. Las metáforas que se terminan convirtiendo en alegorías y
las historias imposibles. ¿Es esa la base de todos mis ideales? Y, cuando así
acontece, veo la posibilidad de la frustración y me dejo atraer
irrevocablemente hacia ella. Cada ideal que asumo es una etapa nueva en mi
vida. ¿Deseaba tanto cambiar de etapa que me he aferrado a un clavo ardiente?
¿O es cierto que hay clavos que pueden derretirme?. Me confesaba de hielo, de
aire, de libertad. La funcionalidad es mi bandera, el pragmatismo mi
constitución y , el más frío y racional de todos los análisis, mi propio
nacionalismo. ¿Me he permitido no buscar beneficio por una vez? O quizá solo me
he tendido una emboscada a mi misma y trato de explicarla analizando mi entorno.
Como todo, es un producto de mi mente y , así tantas veces he hecho para avinagrar
un poco mi existencia, demasiado dulce para un paladar plagado de llagas. Aunque de alguna manera me has permitido
conocer una parte de mi que antes ignoraba, o más bien, trataba de ignorar.
Ahora que no la puedo obviar, le he cogido algo de cariño y creo que por ella
no quiero desprenderme de ti. Se que nadie saca nada de otros que no esté
previamente asentado -aunque sea muy en el interior del subconsciente-.
Entonces, ¿debo limitarme a observar los acontecimientos?, o ¿debo hacerte
saber que -sin saber muy bien cómo ni mucho menos por qué- soy un poco más yo
desde que te he permitido entrar en mi mente?.
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