El hedor de la muerte recorría todo el pasillo. Según salí del ascensor supe que las cosas no andaban bien. Hacia pocas semanas había hablado con Clementine, la conversación me dejó algo inquieta pero pensé que estaría pasando por una de sus fases transitorias, no que sería la última.
La conocí en condiciones estrafalarias, ella buscaba desesperadamente un sofá donde dormir esa noche y yo acababa de decidir romper con toda mi vida para empezar de nuevo. El LSD nos ayudó a intimar rápidamente. Mi cocina se convirtió en un laboratorio para la pasión. Ella me enseñó cómo quererme consiguiendo que la odiara hasta rabiar.
Discutimos durante toda la mañana el primer día que me hizo saber que pretendía mudarse a vivir a casa. Me gustaba que las circunstancias me precipitaran por abismos, pero aquello excedía todos mis limites. Un día me desperté y simplemente había desaparecido de mi lado. Aún podía sentir el calor de su cuerpo entre las sábanas. Me levanté algo agitada y la busqué por toda la buhardilla, se había esfumado como por arte de magia. No podía llamarla, no sabía donde vivía -en mi casa, hasta esa mañana- y empezaba a dudar de que me hubiera dicho su nombre verdadero.
Tuve que aprender de nuevo a respirar por mi misma. Su presencia había dejado un tatuaje en mi mente, la melancolía sería a partir de entonces pionera en mis insomnios. Pensé que no volvería a verla, que aquellas semanas habían sido fruto de mi imaginación y que poco a poco conseguiría dominar los impulsos que me llevaban a mirar inconscientemente por la ventana. Sin embargo una noche cualquiera, allí estaba. Sentada en el banco situado justo frente a mi portal. No pude contener las lágrimas. La abracé y la bese como si fuera oxígeno. Esa noche mezclamos sin miedo agua y aceite en un coctel molotov que acabaría por extenderse en el tiempo durante muchos años. Y yo que solo quería cambiar de etapa, hacer alguna locura y retomar la conciencia absurda de que mi vida estaba muy bien encaminada. Joder, pero si ella era el único camino posible. Las caricias de sus carcajadas mañaneras iluminaban la nueva simplicidad. El aire que trajo consigo se llevó mi necesidad de éxito, como a cualquier otra que no condujera a sus pechos. Ya se había ido, y la desesperación dejo un anhelo que me mantenía con vida tras cada dosis de heroína.
Tuve que aprender de nuevo a respirar por mi misma. Su presencia había dejado un tatuaje en mi mente, la melancolía sería a partir de entonces pionera en mis insomnios. Pensé que no volvería a verla, que aquellas semanas habían sido fruto de mi imaginación y que poco a poco conseguiría dominar los impulsos que me llevaban a mirar inconscientemente por la ventana. Sin embargo una noche cualquiera, allí estaba. Sentada en el banco situado justo frente a mi portal. No pude contener las lágrimas. La abracé y la bese como si fuera oxígeno. Esa noche mezclamos sin miedo agua y aceite en un coctel molotov que acabaría por extenderse en el tiempo durante muchos años. Y yo que solo quería cambiar de etapa, hacer alguna locura y retomar la conciencia absurda de que mi vida estaba muy bien encaminada. Joder, pero si ella era el único camino posible. Las caricias de sus carcajadas mañaneras iluminaban la nueva simplicidad. El aire que trajo consigo se llevó mi necesidad de éxito, como a cualquier otra que no condujera a sus pechos. Ya se había ido, y la desesperación dejo un anhelo que me mantenía con vida tras cada dosis de heroína.
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