sábado, abril 09, 2016

En un mar, gotas buscando destacar por su salinidad.

Maldito ego prepotente e individualista.
El concepto de "ser social" se ha banalizado, culminando un proceso laborioso que, desde hace bastante más que las últimas décadas, se ha ido conformado en torno a la idea de individuo.
Si somos en tanto nos relacionamos, ¿cómo hemos acabado relacionándonos en tanto que somos?.
Parece que la necesidad imperiosa de sentirnos identificados ha abandonado ya a la masa heterogénea ,pero unánime, que alzó al éxito al fascismo; para asentarse en un ideal estereotipado tan superficial como aparentemente existencialista.


Hemos dejado que categoricen las realidades en mercancías, sin aprender que la definición absolutista y eclesiástica no es peor que insustancialidad  con la que medimos el mundo.
Progresamos, -¡y tanto que lo hacemos!- hacia una caverna sombría, pero cómoda. Abandonando el conocimiento, la crítica y el razonamiento de las acorazonadas, todo en favor de un nuevo Leviatán.
Hemos de reconocer -cabizbajos y avergonzados- que somos nuestra propia lacra.
La enfermedad y su cura:el negocio farmacéutico  controla toda la cadena de valor de un producto. Investigamos para decidir cual es el margen legal que nos permite jugar con la salud humana; mientras tanto, otros teatralizarán, luchando por una sanidad digna.


Encerramos a niñas en fábricas para ensamblar muñecas para niñas. ¿No pierde la lógica incluso el lenguaje ante tal incongruencia? ¿No choca, a caso, con el principio de las relaciones humanas, con la antropología, con la biología, con la felicidad?. Tenemos pues: ideales, constituciones y declaraciones de literatura académica , que rechazan con contundencia la injusticia, llenandose la boca para limpiarse la consciencia, y de paso, la de todo aquel pobre inoportuno que quisiera pensar en la reacción. Las instituciones y su amante más fiel, el status quo. Incluso el lenguaje con el que nos comunicamos es un producto social más, creado por el ser humano, un patrón de identificación de símbolos y estímulos sonoros que manejamos a nuestro antojo: quien define decide.

Primero, el lenguaje; después el dinero, un instrumento de cambio. Una simbolización del valor real y tangible que se ha independizado de su origen para constituirse en un concepto en sí mismo. Si antes el producto determinaba su valor, ahora el dinero determina el valor del producto; rompiéndose el círculo de creación de valores. ¿De donde sacamos hoy el valor? ¿Cómo determinamos la importancia para una comunidad de un concreto?

 Es evidente que ya no recae en nuestras manos, de entre todas nuestras libertades, también esta la cedimos en favor de una organización mayor y "mejor". Sin embargo, esto presenta un conflicto cognitivo para cualquiera que no sea economista: ¿Entonces, estamos creando valor de la nada?. Efectivamente, la desamortización de un producto no es más que el valor acrecentado que suma dicho bien en el mercado. Sin embargo, si enlazamos con la obsolencia programada, obtenemos una realidad. Fabricamos productos que se devalúan a sí mismos en función de las necesidades mercantiles.

El mismo proceso se puede aplicar a diversas categorías: desde los valores hasta las filias. Una estructura hegemónica asentada en la monetarización y su consecución social: el individuo alienado. El eterno protagonista del Show de Truman, felizmente engañado; nadando en la abundancia de la ignorancia, se resigna porque ha ganado el Barça. Se resigna porque no funcionan las pastillas para la calvicie y porque ese maldito gato no llena ningún vacío. Se resigna porque han cerrado el bar de la esquina, se lamenta ante los yogures caducados. Pero, más que nunca, se lastima al mirarse al espejo y no descubrirse feliz, aunque haya pagado por ello.


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