lunes, marzo 26, 2012

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Esperé pacientemente mientras observaba el paso de tantos y tantos veranos, te contemplaba sentada en el porche como si de un mueble más se tratase. Nunca llegué a entender el brillo de tu cabello, cabizbaja y simulando leer tus propios diarios, ese color tan difícil de definir. Escapándose de la escala del rubio , tan cercano al blanco que si no existe la dicha de fijar la mirada en tu juvenil rostro cualquiera podría deducir fácilmente que no eres más que una anciana sentada esperando una ida hacia ninguna parte que no debería tardar en llegar. Tus manos acariciaban las páginas de tus cuadernos, ya gastados por el paso del tiempo. Cada anillo simbolizaba una lágrima derramada en vano, un día echado a perder sentada en tu mecedora. Todas esas horas en las que el canto de los mirlos se convertían en divertidas telenovelas bajo las que encontrabas entramados de historias de amor perfectas. De rosas sin espinas y cafés sin necesidad de azúcar.
Fui iluso al no tener el suficiente coraje como para cruzar la calle y dedicarte una de las muchas sonrisas que practicaba frente al espejo a diario. Cada mañana antes de abrir la ventana y verte ya apoyada en el alféizar de la ventana, esperando algo, algo que nunca entendí por qué tardó tanto en llegar.
Y así fue como, sin llegar nunca a tenerte, te perdí. Cada verano recuerdo el suave tamborileo de tus dedos sobre tu rodilla, anunciando la llegada de alguien. Tardé demasiado en comprender que pude ser yo

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