Los témpanos de hielo se han ido derritiendo y dando paso a una primavera idílica digna de pintar y exponer como un retrato a la felicidad. Un altar a los dioses en los que nunca crei rige ahora mi día a día.
Podría destacar tantas antiguas certezas que han ido cayendo a pasos agigantados. Mi muro de Berlín se derrumbó ante tus escuetas sonrisas. Tus escuetas sonrisas, que ya no son tan escuetas. Tus pasos, cada vez más largos y más anchos engloban también mi propio destino. El miedo se ha transformado en una necesidad invariable. Una carencia de tus besos que consigue abolir mis campos de defensa hasta tocar y hundir mi estabilidad. Curiosa manera de decirte que te quiero, ciertamente nunca fui convencional, nunca quise ser alguien que destacase pero no soportaba perderme entre la multitud. Y , a estas alturas, la muchedumbre no es más que gente, personas que pululando de lado a lado se buscan a sí mismos. Y yo, yo ahora no soy parte de ellos. Pertenezco a un universo a parte que hemos ido conformando, pertenezco a tus palabras, a nuestras conversaciones irracionales y sobre todo a esos abrazos que hacen girar el mundo en un minuto. Con esto quiero decir que bajo mis tormentos diarios y excusas baratas para tener un motivo por el que llorar , bajo mi locura y mi estupidez , soy feliz. Podría escribir un aburrido ensayo sobre mi escasa experiencia en todo esto, sobre miedos e inseguridades que todos hemos vivido, o estamos por vivir. Soy experta en cuestionarme todo tipo de cosas, desde el por qué las palabras reciben un nombre, hasta por qué solo tú eres capaz de acelerar mi mente, de provocar una enfurecida carrera entre mi corazón y mi locura. A la par vamos cayendo el uno en el otro. La locura y la cordura, o la cordura y la locura. Nunca lo sabremos con certeza porque ya no queda ni un atisbo de objetividad. No quiero oír ningún tópico más, solo quiero oír que me necesitas tanto como lo hago yo.
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