Pocas veces encuentras a alguien que sabrás, al 100% que estará ahí cuando de verdad lo necesites.
Nosotros, los adolescentes, nos apegamos a todas nuestras relaciones como si fueran lo más importante del mundo.
Nos embriagamos en un grupo y nos dejamos emborrachar por el flujo que predomine. Acabamos queriendo ser quienes nunca seremos; perdemos nuestra identidad durante meses, años y quizá -algunos desafortunados- toda la vida.
Tendemos al cambio, al constante choque de neuronas que tratan de dirigirnos por el camino correcto, a veces lo correcto para nosotros es lo más divertido. Lo que nos hace sentir más y más parte de ese grupo.
Muchas veces existe ese “tipo raro“ que decide salirse del rebaño, que rompe con las reglas establecidas y modifica su vida dirigiéndose a un estilo más austero.
A ratos gusta ser el pastor del rebaño, a ratos el lobo y a ratos una piedra.
Sin embargo, claramente, cada posición conlleva su característica repercusión.
Si eres pastor, todos te siguen a la deriva.
Si eres piedra la muchedumbre pasa tratando de aplastarte.
Y, si eres lobo, te temen y hullen despavoridos a tu paso.
Entonces, la pregunta es, ¿es mejor vivir con miedo, dejarse pisar o hacerse temer?
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