jueves, enero 17, 2019

Horror vacui

Al fondo, junto al refinado mármol de las columnas del comedor, había algo de vida. La inmensidad conseguía vaciar las ansias de aquella decoración rococó, que parecía haber devorado las paredes con pequeños detalles inconexos, creando una atmósfera artificial. Al pasar la mano por las infinitas estanterías repletas de figuritas de oro, relojes y cámaras antiguas, uno tenía la sensación de estarse saltando alguna obsoleta norma, más propia de un museo o de un anticuario, que de una vivienda personal. Una vez me hube sentado, Marisol me ofreció una taza de café, lucía una sonrisa que parecía ensayada contra viento y marea. 
Se lo agradezco profundamente mi Señora. -le dije mientras tomaba la taza entre mis manos, dejando que el calor que emanaba aquella bellísima pieza de porcelana dulcificara la rigidez de mis dedos-. Marisol sonrió una vez más. Es una mujer peculiar, pensé. Es probable que en su juventud haya despertado pasiones entre las almas inquietas de la Revolución Cultural. Al contemplarla no me costaba trabajo imaginarla envuelta entre telas multicolores, dejando su cabello ondear al son de Jimmy Hendrix. Sin duda, había vivido tiempos mejores, pero quien era yo para juzgar desde mi cómoda neutralidad, aparente objetividad ensalzada por aquella placa oxidada y un uniforme que nunca se había manchado de sangre. 

Es necesario que me detalle lo sucedido con la mayor claridad y concreción posible- dije, rompiendo el hielo y la veda para hablar de lo que había venido a hablar. Por supuesto, replicó. Pero antes, permítame señalarle que hacía ya muchos años que Edward y yo solo compartíamos el oxígeno que respirábamos en estancias separadas. No podría asegurar que esa noche estuviera solo, y mucho menos que no hubiera bebido. Solía beber, reposaba los pies en su butaca de piel de búfalo, y contemplaba el techo de su despacho mientras se dejaba mecer por el humo de esos habanos tan caros que tenía en su cajón de madera. Recuerdo que esa mañana su taza de café estaba en el extremo opuesto de la mesa del comedor, quizá la luz reflejaba en el periódico, impidiéndole leer con comodidad. He pensado mucho al respecto. ¿Habló Usted con Edward a lo largo del día?, pregunté, tratando de encauzar su relato hacia datos de mayor relevancia. Mecánicamente, volvió a sonreír, y contestó: si, por supuesto, nos dimos los buenos días al cruzarnos en la escalera principal. Recuerdo perfectamente que vestía una americana color oliva, muy mal combinada con una corbata marrón y unos zapatos de piel de cocodrilo. Parecía recién salido de una expedición de Indiana Jones, ¿sabe usted?. Nunca supo vestir con elegancia, quizá por eso... Titubeó unos segundos. ¿Quizá por eso, qué?. Incidí en busca de una confesión pasional, de un resquicio de emoción en sus palabras. Disculpe, he perdido el hilo, pensaba en que esa chaqueta debía estar en la tintorería, o mejor en un contenedor, lejos de mi vista, desde luego. ¿No le gustaba esa chaqueta por algún motivo en particular?, insistí. Oh, desde luego que me gustaba, era a Edward a quien no le gustaba, apuntó. ¿Quiere otra taza de café?. Acepté, a sabiendas de que la conversación estaba siendo tan infructuosa como agradable.



No hay comentarios:

Publicar un comentario