miércoles, octubre 09, 2019

Yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid

De todas las ciudades, la indomable, la somnolienta, la insomne...


Hay mudanzas que duelen más que rupturas, al fin y al cabo ambos son espacios físicos que separan,  sin palabras de por medio, solo ideas enlazadas entre mitos y memorias, una imaginación traicionera que se descuida en los detalles para ensalzar los recuerdos de las tardes de Mayo entre paseos cargados de filosofía recalcitrante, besos en la frente y abrazos sinceros. 

Si no echara de menos a Madrid, no te echaría de menos a ti. Y si al menos pudiera darte una denominación topólogica, una firma, unas iniciales... Si fueras un lugar no volvería a frecuentarte con la inocencia engañosa que me caracteriza. Y si cada esquina no estuviera manchada de tu esencia, no habría tenido la necesidad de meterte en la maleta, de regalarte todo el espacio mental que debía pertenecer a las nuevas generaciones de sueños idealizados, a las pasiones del verano y a los remordimientos de Noviembre. Y sin embargo, aquí estamos los dos. Tú con tus pasos en falso, tú incansable necesidad de estar ahí para mi. Y yo, que no quepo en mi de excusarme por haber tardado tanto en salir corriendo, en desear volver a verme, ojerosa, tiritando, mojada, pequeña...
Y no nos sigamos engañando, si estamos aquí es por mi insumiso egoísmo, mi empatía carente de piedad, mi cariño manso y clínico. Si hubiera aprendido a quitar tiritas, no estaríamos aquí. 

Si hubiera aprendido que huir no significa solucionar, sino aplazar, procrastinar hasta límites insospechados...hasta que no quede problema que solventar. Hasta que el tiempo haga por mi lo que yo no he tenido el valor de hacer. 



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